El patrimonio audiovisual del Socorro es un cofre lleno de joyas que vale la pena lucir, es realmente emocionante comenzar este proyecto de conservación y divulgación, reviviendo momentos memorables de la vida local con personajes que han marcado épocas y dejado huellas indelebles en su transitar y en el corazón de quienes tuvimos la fortuna de conocer, y en mi caso poseer la magia del video, que me permite capturar y revivir estos caleidoscopios instantes. SonI
Comenzamos con un clip del Dr. Carlos Sotomonte en su discurso homenaje a la Dra. Ruth Marina Díaz Rueda.
Abogado penalista, Socorrano hasta la médula, ofició como maestro de abogados y creador del Derecho, buscando justicia en los estrados judiciales, predicando humanismo jurídico, sin sed de oro, sin codicia, con ética intachable y oralmente como corresponde a los grandes pensadores. Su vida y elegancia iuris son un modelo para generaciones presentes y futuras.
(Texto Dr. Carlos Sotomonte Camacho en sus 70 años)
Señoras y señores:
Antes que el fruto obligado del alambique haga su estrago delicioso y
electrizante y la aurora nos agarre, debo leer esta esquela que sin vanidad, es
la expresión exacta de un anciano agradecido.
Tiene ella la simpleza de la humildad, parecida a la del poverello, que
trajeado de estameña, erraba místico por los predios secos de Asís. Va dirigida
a mis hijos, a mi esposa y a mis amigos.
Si alguien gramático y curioso, me urgiese para decirle cuáles fueron en
70 años mis predilectos verbos, le respondería que gozar y trabajar. Gocé la
vida en jornada continua, sin intervalos, de mi sencilla alma proscrito estuvo
el odio, pues es un tóxico que no deja reír. Mi fuerte nunca fue el trabajo, jornalero
discreto fui, laboré como una especie de peón de brega, siempre en el medio campo
sin escapadas peligrosas a la zona de candela, no hice jornada de noventa
minutos y por ello, no estoy extenuado. Al calor del frenesí remede a Azorín y
dije “VIVA LA BAGATELA”. Estuve enamorado de las cosas sencillas y triviales.
Estoy en la etapa en que la vida es, según el emperador ADRIANO, para
cualquier hombre una derrota aceptada. Ahora me pregunto qué hice durante todo
ese tiempo y el eco como en la canción, responde: nada, nada. Sin embargo, el
pensador me consuela cuando dijo que el hombre podía irse tranquilo al más
allá, si en la vida había escrito un libro, sembrado un árbol y tenido un hijo.
Realmente libro no escribí, hubiera sido
fácil resumir en un tomito desmirriado algunos papeles que por necesidad
escribí dirigidos a otros en ventaja de otros. No fueron la crónica de una
muerte anunciada, apenas tristes y sencillos anales de cadáveres con autopsia.
El libraco hubiera deleitado en la vereda, a los hijos jóvenes ganosos de
conocer la pequeña y sangrienta historia de sus padres con indagatoria. Pero
como no se publicó, no la conocieron.
Árboles sembré cuatro de carne y hueso, los fecundó la entraña de una
mujer admirable de clásica estirpe, que por la nobleza de sus virtudes, emula
con la CORNELIA romana, mamá de los Gracos. Éste pueblo, cariñosamente, le
decía ELISITA. Esos árboles crecieron y hoy, están frondosos, bajo cuya sombra
generosa y amable, mi senectud discurre sin alarma. Fueron y son cuatro vidas
que para mí es un seguro de vida. Pero en el rosal de la heredad brotaron tres
rosas inicialmente blancas que el tiempo trocó en rojas, mis tres hijas, que
mimaron mi segunda edad ligeramente alocada, y a golpes suaves de caricias y
gracias, me guiaron por el camino del sentido común y me hice cuerdo. A ellas y
a ellos mi gratitud por estar aquí escoltando amables mí ocaso.
Y el hado fue de opinión que en la penumbra de mi vida, Esther, que está
aquí, uniese la suya a la mía, admirable ella y resignada, es hoy mi cayado
para que mi cuerpo débil y tambaleante no se eche de cruces, a su lado estoy
tranquilo y confiado. Hay un capítulo en “EL ALMA DE LA TOGA de ÁNGEL OSORIO
que trae este diálogo: “de modo que, a juicio de este señor, hay que creer en
la mujer?.” Y este señor responde, con fervor desbordante: “hay que creer.
Porque el desventurado que no crea en la mujer, a dónde ir a buscar el reposo
del alma?” . Esther yo creo en usted.
Y el hado quiso también que como en la leyenda bíblica, llegase a última
hora un varoncito a patalear en el hogar. Un niño que me retrata. Y que tuvo la
virtud de trocar el charco de mi vida en un terso y tranquilo lago con leve
oleaje de ternura infinita. le estoy suplicando a la muerte que me prorrogue el
plazo, que le abono anticipada su última cuota, si como ” TAITA” me permite
escoltar la frágil estructura humana de mi “guachecito” y besarle y tomar entre
mis manos su cabecita dorada. Gracias Esther y gracias por Carlos Nicolás.
Aquí están presentes en el recuerdo dos tumbas amadas: la de don Ataliva
y la de doña Trina. El me engendró y ella me concibió. A Dios y a ellos les
debo lo que soy, lo que fui y lo que seré por el tiempo que me resta. Y desde
el jolgorio les brindo un responso para que a los dos siempre les brille la luz
perpetua. Es mi mensaje a mis queridos muertos.
Se encuentran los señores jueces y fiscales de Socorro. Su presencia nos
es grata. Sería el momento de una loa, pero me temo que el crítico ácido lo
tomé como modoso cepillo por aquello del pleito pendiente, y así, preferible
sería callar. Pero el dilema es urgente: si son malos, por qué los escogen para
Magistrados de la Corte; y si son buenos, por qué no aplaudirlos, como lo son,
aplaudámoslos. Sea la oportunidad de pedirles mil perdones si acaso en la brega
dialéctica el adjetivo se hizo guijarro. Muchas gracias por estar aquí.
También están los colegas, como en el canto de las escalinatas, son mi
más inmediata semejanza. El decálogo dice que si tu hijo te pregunta qué profesión
escojo, dile, hazte abogado. Mis colegas pueden asomar la cara y allí no hay
cicatrices porque en la lucha no han usado armas sucias u oxidadas, siempre
limpias, muy limpias como las que veló el loco genial en la noche cervantina.
En cada uno de vosotros colegas ilustres, debería coronar la sien un laurel que
es exclusivo de los héroes, pero es que acaso hay diferencia entre la gesta y
el ejercicio profesional en provincia. Pero le digo con todo cariño y guiado
por “ADRIANO”: hagámosle audiencia a los recuerdos. Como me complace estar con
ustedes y sentir el frío aliento de los códigos. Colegas, muchas gracias.
Pero hay aquí amigos sin toga ni birrete, son de bisturí, fonendoscopio
y blusa blanca como la nieve. Siento por esos ángeles del dolor, estimación
profunda. Ojalá que estos brindis que espero copiosos, signen nuestra constante
amistad, que me honran.
Este hotel amplio y generoso, con nombre de ancestros, de muros limpios
y altos, tiñen de blanco el rojo fuego de la historia que prendió en esta
ciudad, en la ciudad de mis amores, que si no me dio cuna aspiro a que me
regale una fosa.
La anunciada tímida esquela se hace alegato insulto, es preciso
rematarla, en esta propicia ocasión de los setenta años, no sin recordar que en
un día como hoy en Ávila, de quien dijo Machado que es un arnés tirado en la
paramera de castilla, nació la Santa Teresa, de quien dice Caballero Calderón
que era un candil en la muralla, precisamente por su verso: “Ay, qué dura es esta
vida, que largos estos destierros, esta cárcel y estos hierros en que el alma
está metida”. Pero le hubiera bastado el siguiente versito para quedar en la
inmortalidad, máxima prueba de amor: “vivo sin vivir en mí, y tan alta vida
espero, que muero porque no muero”. Dejemos en paz a la Santa en el relicario
de Alba de Torres, que es montaña de miseria y de piedras preciosas.
Terminemos con la cita de Alberto Lleras, que precisa es para mi edad,
que invoca a la Dulcinea del Toboso cuando dice DAR PASOS CON QUE CAMINA EL
ALMA A SU MORADA PRIMERA. Para todos, muchas gracias.